Llegué nerviosa pero positiva y atravesé la puerta doble del salón de imprenta, segura de que no habría ninguna razón para tener problemas en esas pruebas.
Pero esa seguridad murió en cuanto la puerta se cerró detrás de mí con un sonido traicionero, como si con toda intención hubiese querido decir: «¡Miren quién acaba de llegar!», y las veinte personas que estaban sentadas frente a una pizarra en la que se proyectaba una imagen digital de la maqueta de una hoja de artículos pasaron a centrar su atención en mí.
De todos los rostros, me fijé solo en los dos que estaban sentados a la cabeza de los estudiantes:
Aleixandre.
«Y... ¿no te lo esperabas?»
Aegan.
«Vaya, parece que te gustó eso de ser el centro de atención, ¿eh?», se burló mi fastidiosa mente.
Me quedé paralizada por un segundo. Aegan no había alzado la cara por el sonido de la puerta, sino que, de hecho, estaba muy concentrado escribiendo algo con un lápiz electrónico en un iPad, pero el momento fue absurdamente incómodo porque Aleixandre, por el contrario, sí clavó los ojos en mí con una ligera expresión de confusión en su rostro. Una confusión rara, como si no entendiera algo en mí o por qué estaba allí.
Pensé que tal vez me había equivocado o que había llegado demasiado tarde. Mi alarma me indicó que me fuera de ahí porque, si había dos Cash en ese sitio, ¡el peligro era evidente!, así que me di la vuelta, pero...
—¿Venías a las pruebas para el periódico o...? —me preguntó Aleixandre antes de que yo abriera la puerta.
Sorprendentemente, su voz sonó amigable, como la de alguien que podía ayudarte en cualquier cosa. Al mirarlo de nuevo ya no vi confusión en su rostro, que era una mezcla más joven, relajada y vivaracha de los rasgos de Adrik y los de Aegan. Me mostraba una sonrisa muy parecida a la de un niño travieso cuando cree que las cosas se están poniendo interesantes.
Traté de sonar relajada:
—Sí, quería hablar con el presidente del club para...
—Pues yo soy el presidente del club —soltó con un gesto de «¡mira qué casualidad!».
Oh, por Loki, ¿era en serio?
—Genial —fingí sorpresa.
Él asintió con entusiasmo, me señaló una de las sillas que no estaban ocupadas y me invitó a pasar:
—Vamos, puedes sentarte, no tienes que irte.
Maldije internamente porque salir corriendo ya no era una opción si no quería parecer una loca, por lo que me dirigí a una de las sillas con el peso de todas las miradas, excepto la de Aegan, sobre mí.