Considerado por algunos como padre del existencialismo y por otros como impulsor de una nueva concepción de la fe cristiana basada en el compromiso individual, el filósofo, teólogo y prolífico escritor danés Søren Kierkegaard (1813–1855), ha tenido una influencia crucial tanto en el pensamiento filosófico como en la teología actual. Su padre, un rico comerciante, practicaba un luteranismo estricto y vivía obsesionado por sus temores y concepciones de culpabilidad pecaminosa que le atormentaban constantemente. Ello influyó de manera muy profunda en el carácter y pensamiento de Sören, que al estudiar teología y filosofía en la Universidad de Copenhague y entrar en contacto con la filosofía hegeliana, contra la que reaccionó con apasionamiento, pero que le llevó a abandonar la práctica religiosa y adoptar por un tiempo una vida social bastante desenfrenada. Tras la muerte de su padre en 1838, decidió reemprender sus estudios teológicos, y en 1840 se comprometió con Regine Olson, una chica de 17 años; pero muy pronto se dio cuenta de su incapacidad para mantener una relación y vivir en pareja a causa de su naturaleza melancólica y de su vocación filosófica. Convencido de que tampoco quería ser pastor, utilizó la herencia recibida de su padre para dedicarse por completo al pensamiento filosófico y a escribir sus más de veinte obras. En ellas arremete contra la iglesia luterana danesa, a la que consideraba frívola y racionalista, donde la ejercitación de la fe equivalía a una mera costumbre social, y defiende un cristianismo que, tomando conciencia del pecado, se atreve a ser ante Dios, sin vanos apoyos en la comunidad. El cristiano es aquel que desespera de las convenciones sociales, para buscar a Dios desde el fondo de su existencia. Para él, ser cristiano no es seguir una creencia o una costumbre, sino a una Persona, una forma de vida guiada por la fe en el Cristo vivo, que hace posible la “contemporaneidad” con Él.