Ann Radcliffe

«¡Así es la mujer! —se dijo—: ¡esclava de sus pasiones, presa de sus propios sentimientos! ¡Cuando el orgullo y la venganza despiertan en su pecho, desafía los obstáculos y se ríe de los crímenes! Pero que la asalte un sentimiento, que la música, por ejemplo, roce débilmente una fibra de su alma, que su acorde le despierte algún eco en la imaginación, y se transmutará toda su forma de pensar: retrocederá ante la acción que un momento antes juzgaba digna de elogio, se entregará a una nueva emoción, y se hundirá… ¡víctima de unos sones! ¡Ah, criatura endeble y despreciable!»

Por sobre esos montes solitarios,

Salvando la costa fragorosa,

Se oye una voz, un lamento doliente.

De la fuente encantada, por el lecho

Flanqueado de pálidos álamos,

El genio, entre suspiros, se aleja:

Las ninfas, el cabello trenzado con flores,

Al crepúsculo lloran en la floresta.

Y añadió que él debería preocuparse de la dignidad de la mujer a la que honraba con su estima, en vez de insistirle en que hiciese mayores concesiones.

Dejaron de dolerle las heridas; fue como si el intelecto sometiera las fragilidades del cuerpo, y quizá en este momento de elevación habría podido soportar el tormento sin miedo.

«¡Dejad aquí toda esperanza los que entráis!»

cisto, enebro y lentisco

pero las malas acciones acaban sabiéndose, tanto si se quieren guardar en secreto como si no.

pero las malas acciones acaban sabiéndose, tanto si se quieren guardar en secreto como si no.

Sólo su muerte podría sellar sus labios.

el conde Ferrando di Bruno.