El vampiro, convertido en el siglo XX en un icono a partir de una parafernalia muy concreta, fácilmente replicable y memorizable con sus colmillos, ajos, cruces, capas y estacas, ha evolucionado gracias a una esencia lo suficientemente elástica para ampliar ese icono, adaptándose a las distintas décadas por las que este demonio bebedor de glóbulos ha transitado viéndonos morir