hace creer muchas veces, una faceta inevitable y peligrosa de su masculinidad y agresividad, sino consecuencia de su egoísmo: es fruto de la incapacidad para ver más allá de sí mismo, de su necesidad, de sus intereses. Es resultado de una no-educación, o de una educación miope, que pone en el centro solo objetivos de éxito y satisfacción personal. La prepotencia no es una dimensión de la masculinidad, sino una degeneración de esta: una consecuencia de la mala lectura de lo que puede ser la masculinidad.