Habiendo pasado casi dos décadas desde que abandoné el ministerio sacerdotal, me propuse escribir este sencillo libro. Pasé por la crisis que desembocó en el alejamiento y una vez que me fui de la parroquia atravesé por todos los estados de ánimo que se les pueda ocurrir: desánimo, enojo, furia, tristeza, por momentos paz y alegría y luego vacío interior y desorientación. De llevar vida de oración al abandono de esas prácticas incorporadas de años y con heridas profundas en el corazón causadas por terceros que tardaron años en sanar.
Por estos días y con el paso del tiempo me atrevo a escribir pensando en aquellos sacerdotes que puedan estar transitando un mal momento o que ya se encuentren alejados del sacerdocio.
En los siguientes capítulos no encontrarán reflexiones de un entendido en teología o un licenciado en Sagrada Escritura con posgrado en Espiritualidad, solo leerán lo escrito por quien desde su propia experiencia desea acompañar al que lo esté necesitando.
Quizás a muchos este libro les parecerá algo estúpido, sin argumentos teológicos, con ausencia de citas bíblicas y textos de santos padres, pero si una sola persona que lo lea encuentra el rumbo perdido, ¡qué más puedo pretender! El resto solo son comentarios de personas que nunca escribieron nada o de algunos “craneotecas”, como solía decir un viejo amigo, que sentado detrás de un escritorio y con una gran cantidad de libros abiertos va copiando cientos de textos, al punto que en una página escrita la mitad de ella debe ser destinada a citar todos los libros que debió usar para lograr su cometido.
Un sacerdote jesuita con quien hablo frecuentemente y de quien me estoy haciendo amigo, que dicho sea de paso, por más que se encuentre atareado, y doy fe que siempre lo está, se hace el tiempo para recibirme, cosa poco común en muchos sacerdotes que viven sus días muy ocupados, tan ocupados que nunca están para nadie. Este jesuita amigo, en una de las conversaciones que mantuvimos, me remitió a la última meditación de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, denominada «Contemplación para alcanzar amor» y allí dice: «Considerar cómo Dios actúa y trabaja por mí en todas las cosas creadas». Esto me hizo reflexionar sobre la obra continua de Dios en el mundo que lo lleva a no abandonar a nadie. Por tal motivo en su providencia divina tiene contemplado lo acaecido en cada uno de nosotros. Reflexionando sobre esto sentí la necesidad de escribir para que encontrándonos en el estado que sea, no dejemos de buscar a Dios que sigue trabajando para encontrarnos y dejarse encontrar.