Leo y estoy endemoniado, no me pertenezco, me desgajo. Leo y entro en un universo, el de la novela, ansioso por encontrar puntos de referencia que me permitan seguir avanzando. No hay salida. Él me inventa y yo lo invento a él: somos dos y somos uno, idénticos y distintos, emparentados por el libro que él ha escrito y que yo leo, que yo leo y por eso se escribe.