—Tengo una última pregunta, alteza. —Apoyé la mano en su pecho y sentí sus latidos constantes bajo mi palma. Él bajó la mirada hacia ese pequeño punto de conexión antes de volver a mirarme a los ojos—. Finge que no hay maldición. Ni ningún compromiso mágico. Ni impulsos románticos creados por nuestro vínculo. ¿Me elegirías a mí? Para reinar a tu lado. Para ser tu reina. Tu amiga. Tu confidente. Tu amante.
—Emilia…
—Me engañaste para que hiciera un trato de sangre contigo antes de cruzar al inframundo. ¿Recuerdas lo que dijiste? —Juraría que su corazón se saltó un latido antes de acelerar el ritmo con furia—. Me dijiste que nunca hiciera un trato con el diablo. «Lo que es suyo, es suyo».
—Era una forma de hablar. Un trato de sangre no equivale a posesión.
—Tal vez no, técnicamente. —Dejé caer la mano y retrocedí—. Lo hiciste como otra forma de protegerme. En caso de que no quisiera aceptar nuestro vínculo. Afirmaste que ningún otro príncipe del infierno sería tan estúpido como para desafiarte. Era tu manera secreta de ofrecerme una salida a cualquier contrato con otra casa demoníaca. Lo cual incluía el pacto de sangre que había hecho con Pride. ¿Me equivoco?
—No.
—No respondas ahora, pero quiero saber si mantienes lo que dijiste entonces.
—Tendrás que ser más específica. Dije muchas cosas.
—Si todavía soy tuya.
Se quedó inmóvil. Mis palabras quedaron suspendidas entre nosotros, pesadas y persistentes. Como su mirada.
—Yo te diría que eres mío. Que te elijo como esposo. No hay nadie más con quien preferiría enfrentarme a mis demonios, ningún alma con la que viajaría por el infierno. Y no hay nadie más que desee que esté a mi lado cuando me reúna con mi gemela mañana.
Se quedó en silencio durante un largo momento, como si estuviera calibrando mi sinceridad y sopesándola a la vez que valoraba sus propios sentimientos.
—¿Y si no necesito tiempo para pensarlo?