A veces, no obstante, ese aislamiento, como ocurre con el ácido que se ha salido de la botella, va poco a poco, sin que uno se dé cuenta, corroyendo y disolviendo el espíritu. Es una afilada arma de doble filo: al tiempo que protege el espíritu, va también socavando, poco a poco y sin descanso, sus tabiques.