El capitalismo tardío encontró la manera ideal de pacificar a los consumidores. Las horas perdidas, la falta de sueño, el hambre, el dolor de cabeza, la sensación de mareo, los compromisos incumplidos perdían fuerza ante los hipnóticos sucedáneos que salían del teléfono. El desastre hubiera recuperado su dimensión en caso de perder la conectividad. Pero los teléfonos funcionaban.