Sobre todo, se había achicopalado.
Era algo que corría en la familia, tal vez un costo ocupacional. A partir de cierta edad, los descendientes del rey Acamapichtli se atarugaban un poco, les daban miedos y melancolías. Hombres acostumbrados a incendiar templos, aplastar ciudades y arrancar corazones como si fueran jitomates, un día despertaban y lo pensaban dos veces antes de recoger una joyita del piso. No, decían, otra guerra ya no, luego los templos ya no se dan abasto para mantener tantos muchachos para los sacrificios; hablen con los sublevados, dóblenles el tributo si quieren humillarlos, y pasaban a lo siguiente. Morían más jóvenes de lo que deberían, enfermos o víctimas de accidentes ri