Practicar la gimnasia zen es desarrollar la energía, la elasticidad, la fuerza y el equilibrio. Su trabajo sobre la posición y los ejes naturales del cuerpo la convierte en una «gimnasia de larga vida». Su práctica va más allá de las simples fronteras de la física, ya que su objetivo es adquirir el control del cuerpo reforzando el espíritu. El autor, que ha perfeccionado esta técnica en Occidente y en Oriente, propone ejercicios basados en la respiración, el ritmo, la posición y el equilibrio alternando movimiento y relajación, en los que cada posición está relacionada con un pensamiento. Este camino voluntario del espíritu permite que la acción del cuerpo tome una mayor conciencia, así como capturar mejor las energías internas y externas. La gimnasia zen contribuye a logar la armonía interior y el bienestar general gracias al control de la respiración, a la concentración de los músculos abdominales y a la poca velocidad de los movimientos, que permiten tomar conciencia del espacio. Inspirada en las artes marciales, aumenta la confianza en uno mismo y aporta una dimensión vital más amplia gracias a su fórmula de «meditación en acción», que acompaña y ejercita el que la practica en su vida cotidiana.