La Tierra errante

Entonces, me quedé sin aliento. ¡Aquel velo era Júpiter! Sabía que era mil trescientas veces mayor que la Tierra, pero solo ahora me daba cuenta de su enormidad.

Era incapaz de discernir si estaba dentro de mi propia pesadilla o si el universo entero era una pesadilla nacida de la mente de un perverso y omnipotente creador.

El polvo de la atmósfera bloqueaba la luz solar dificultando el aumento de las temperaturas, por lo que el océano y los continentes permanecieron congelados incluso en el perihelio.

El brillo del Sol siguió siendo tenue como si un fantasma se escondiera detrás del polvo.

polvo de la atmósfera bloqueaba la luz solar dificultando el aumento de las temperaturas, por lo que el océano y los continentes permanecieron congelados incluso en el perihelio.

subimos a la superficie con la esperanza de disfrutar del paisaje primaveral. Fue imposible: el mundo seguía siendo igual de gris.

La gente comenzó a susurrar agitadamente. Miré por la ventana y vi que frente al avión había una luz brillante que cubría de un azul uniforme el polvoriento cielo nocturno.

Era la luz de los motores de la Tierra.

Viéndome de nuevo frente a aquella luz azul me sentí como un buceador que vuelve a ver la superficie luminosa al ascender desde las profundidades. Respiré aliviado.

Supe que saldría de esta. Siempre y cuando aquella llama azul de la esperanza se mantuviera encendida, todos sobreviviríamos. Recordé las palabras de aliento de mi padre.

Seguíamos estando en el peldaño inferior de una larguísima escalera. Para cuando nuestros descendientes, cien generaciones después, llegaran arriba del todo y atisbaran por fin la luz de una nueva vida, ya nos habríamos convertido en polvo.