De cualquier modo, mi ataque había sido un error; pues todos habían visto que yo no era un pobrecillo indefenso, y ahora nadie terciaba, ni iba a terciar, y hasta el camarada Jaime Correas me jaleaba encantado con mi papel en la pendencia.
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Pero jiñalasoga era fiel a su apodo, y además se le daban públicamente un ardite sus señores soldados.