Juncal pudo haber sido el torero más importante de su tiempo, pero una cornada lo ascendió a otro estatus, el del último gran pícaro de la tradición literaria española.
A finales de 1988, poco después de terminar el rodaje de la serie de televisión homónima —una de las más celebradas de nuestra historia audiovisual—, Jaime de Armiñán emprendió la escritura de este libro, retrato novelado y prolijo de su personaje, consciente de que lo que le había quedado en el tintero debía encontrar su cauce y de que este no era otro que la palabra.
Escritor veterano, tanto como cineasta, Armiñán pudo saldar de esta forma la cuenta pendiente con un universo que le acompañó toda su vida y escribir una carta de amor a sus gentes, al lenguaje del que son depositarios y a un paisaje que se resiste aún a desaparecer de nuestra memoria precisamente gracias a pedazos de arte como este.
Como diría Juncal: “Com moita cebola!”. O mejor: "¡En el mundo!”.