Iré a acostarme —dice, dejando que le guíe hasta su inmensa cama. Una vez allí, no me suelta la mano—. Si tú te acuestas a mi lado.
No tengo motivos para negarme, así que me acuesto, lo cual incrementa la sensación de irrealidad. Mientras me estiro sobre la lujosa colcha bordada, me doy cuenta de que he encontrado algo mucho más blasfemo que repantigarme sobre el lecho del rey supremo, mucho más blasfemo que llevar el sello de Cardan en el dedo o incluso que sentarme en el mismísimo trono.
Me he convertido en la reina de Faerie.