Uno, ninguno y cien mil (1927), la última de las novelas de Pirandello, fue una obra de larga y difícil gestación, «la síntesis completa de todo lo que he hecho y la fuente de todo lo que haré —en palabras del propio autor—. Será como mi testamento literario, después de su publicación debería callar para siempre». Un hombre sufre una crisis de identidad por una banal observación sobre su nariz que le hace su mujer mientras se mira en el espejo. A partir de este momento el espejo le devolverá la imagen del «otro», del hombre que no es, sino que parece ser: el individuo que no es «uno» sino «cien mil», alguien con tantas personalidades como los demás puedan atribuirle. Quien hace este descubrimiento se convierte en «ninguno» al menos para sí mismo, porque no le queda más posibilidad que verse como los demás le ven, es decir, en sus cien mil diversas personalidades. Novela de estirpe cervantina, en su juego del ser y del parecer, de las apariencias a las que damos valor de realidad, lleva a sus últimas consecuencias el problema de la soledad del hombre.