Kleo soñaba con la gloria de un Kerouac para su marido y, las pocas veces en que cruzaban la bahía para ir a San Francisco, intentaba arrastrarlo a los bares llenos de humo de North Beach, donde los poetas beat escuchaban jazz y leían sus obras hasta muy entrada la noche.
Desafortunadamente, a Phil no le gustaba ni cruzar la bahía, ni los bares llenos de humo, ni el jazz, ni las reuniones de escritores.