Los que se van y los que se quedan

—No puedo, tío. Me llamo Irán-Dokht y debo hacer honor a mi nombre, Hija de Irán. ¡Tengo tantas tareas pendientes, tanta gente que buscar! Acabo de saber quién soy y tengo que reconstruirme. Tendrás que venir tú.

—Iré. Iremos todos. Te lo prometo.

Nos hemos distanciado tanto a lo largo de los años que lo único que nos mantenía unidos era nuestro apellido. Si nos hubiéramos separado sin habernos sincerado, no nos habríamos vuelto a ver. Ahora sabemos que la vida no es un lecho de rosas en ninguna parte. Evidentemente, a una madre no le hace ninguna gracia enterarse de todas las penurias que han pasado sus hijos, pero así es la vida, con sus altibajos. Lo único que importa es que no estamos solos. Hoy os despediré con el corazón rebosante de alegría. Puede que no os vuelva a ver, pero os pido que os apoyéis unos a otros y estéis siempre ahí para los demás, viváis donde viváis.

En mi interior, una vocecita me decía: «No, no fue culpa tuya». Ahora conocía el origen de mi angustia. Sabía qué me faltaba y a qué tenía que enfrentarme. Estaba decidida a no permitir que el odio y las tinieblas se apoderasen de mí. No dejaría que me destrozasen. Me reconstruiría. ¡Quería vivir!

He crecido en la oscuridad, en la incertidumbre. Para vosotros solo soy el retrato de alguien a quien habéis perdido. Cuando me miráis, a quien veis es a Habib. Me queréis porque os recuerdo a él. Sois amables conmigo porque os sentís en deuda. Pero no tengo ningún valor por mí misma. Soy un cero a la izquierda. No cuento para nada. Nunca me habláis de mi madre. ¿Por qué me negáis la verdad? ¿Cuánto tiempo más debo vivir con estas pesadillas? Por favor, poned fin a esta tortura, ¡y hacedlo ya!

Mamá, no siempre es posible separar la política de la vida —respondió el tío Mehdi con una sonrisa crispada—. Y menos aún en nuestro caso, porque la política ha cambiado profundamente nuestras vidas.

una familia no existe sin sus miembros. Cuando os fuisteis, os llevasteis a la familia con vosotros y yo me quedé con un vacío dentro, con la nostalgia de lo que había amado, de todo lo que había contado para mí. Os aseguro que quedarse y contemplar el lugar que han dejado los que quieres es mucho más doloroso que irse.

Recuerda todo lo que tus padres hicieron o dejaron de hacer por ti, analízalo y perdónalos. No por ellos, sino por ti. Entonces podrás entrar en la vida con paso firme y corregir sus errores. Todo adulto tiene el deber de tratar de mejorar. Somos responsables de nosotros mismos. ¡Sal de tu casa, sal de ti mismo! El mundo es grande y tienes que aprender a arreglártelas tú solo.

Pasa página. Vive tu vida, aprende de los errores cometidos y trata de no repetirlos con tus propios hijos.

Papá y mamá no son malos padres, soy consciente de ello. Sé que hacían lo que podían. Pero no bastaba con comprarme juguetes. Necesitaba sentir amor, alegría y esperanza a mi alrededor.

—¿Crees que no te querían?

—Me querían, sí. Incluso me querían mucho, pero no sabían demostrármelo. Mi padre nunca intentó hablar conmigo de hombre a hombre, para explicarme su situación. Trabajaba tanto que no tenía tiempo para mí. Yo necesitaba alegría y esperanza, no dinero ni ropa nueva.

Decís que me comporto como si mis padres me debieran algo. ¡Por supuesto que sí! Porque, en lugar de educarme en la alegría, la esperanza, el amor y la serenidad, solo me inculcaron el miedo, la angustia y el pesimismo