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Книги
Norman Mailer

Miami y el sitio de Chicago

En el verano de 1968, en plena Guerra de Vietnam y tras turbios sucesos como el asesinato de Martin Luther King o el de Bobby Kennedy, los republicanos se reunieron en Miami y eligieron como candidato al impopular Richard Nixon, mientras los demócratas apoyaban en Chicago la candidatura del ineficaz vicepresidente Hubert Humphrey. Televisiones de todo el país mostraron a manifestantes antibelicistas abarrotando las calles de Chicago y a la policía desbocada, golpeando y arrestando a manifestantes y delegados por igual. Una imagen de caos que probablemente sentenció las posibilidades de Humphrey en la campaña de otoño contra Nixon, en un año decisivo para la política estadounidense contemporánea, del que surgió el país amargamente dividido de nuestros días. Durante su cobertura en Chicago, el propio Mailer estuvo a punto de ser arrestado cuando a la policía del alcalde Daley se le fue la mano contra los yippies, los hippies y los medios de comunicación.

Con su característico estilo descriptivo, Mailer narra las dos convenciones analizando con agudeza el perfil de los candidatos y su entorno: desde los republicanos Richard Nixon, Nelson Rockefeller y Ronald Reagan en Miami, hasta los demócratas Hubert Humphrey, Lyndon Johnson y Eugene McCarthy en Chicago.
348 печатни страници
Притежател на авторското право
Bookwire
Оригинална публикация
2014
Година на публикуване
2014
Издател
CAPITÁN SWING LIBROS
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Цитати

  • Adal Cortezцитирапреди 2 години
    «Quienes hacen imposible la
    revolución pacífica
    convierten en inevitable la
    revolución violenta»
    John Fitzgerald Kennedy
  • Adal Cortezцитирапреди 2 години
    Y como alguna vez dijo el presidente Kennedy, “quienes hacen imposible la revolución pacífica convierten en inevitable la revolución violenta”.
    Debemos buscar un líder que pueda detener la polarización de nuestra sociedad, impedir que los negros se enfrenten a los blancos, que los que tienen se enfrenten a los que no tienen, los adultos a los jóvenes.
    Debemos elegir a un hombre con la sabiduría y la valentía para cambiar la orientación de nuestra política exterior antes de que nos meta de lleno en un laberinto de intervenciones en el extranjero sin un objetivo claro y sin justificación moral.
    Pero sobre todo, el hombre que elijamos debe encarar las aspiraciones de todos aquellos que pretenden elevar la humanidad al lugar más prominente. Debe poseer esa extraña cualidad inmaterial que puede elevar nuestros corazones y limpiar el alma de este país aturdido.
    Gene McCarthy es ese hombre.
  • Adal Cortezцитирапреди 2 години
    Hacía algunos años, en 1960, el cronista había podido ver a Eugene McCarthy en dos ocasiones. Durante la convención demócrata de Los Ángeles que nominó a John F. Kennedy como candidato, McCarthy había pronunciado un discurso en apoyo a otro de los candidatos. Fue el mejor discurso por la nominación que el cronista hubiera escuchado jamás. Escribió sobre él utilizando las corridas de toros como metáfora:
    … Mantuvo en vilo al auditorio como un torero… reuniendo sus emociones, liberándolas, creando nuevas emociones en la estela de las anteriores, acercando los pases cada vez más a medida que se acercaba el momento de entrar a matar. «No den la espalda a este hombre, que nos hizo sentir orgullosos de ser demócratas, no dejen tirado sin honor a este profeta de su partido.» McCarthy continuó, con la muleta afanada en los naturales. «Sólo un hombre quiso hablar con sensatez a los americanos. Dijo que la promesa de América es la promesa de la grandeza… Ésta fue su llamada a la grandeza… No se olviden de este hombre… Damas y caballeros, les presento no al hijo predilecto de un estado, sino de cincuenta estados, el hijo favorito de todos los países que sin conocerlo se muestran fascinados al oír su nombre.» Confusión. La entrada a matar. «Damas y caballeros, les presento a Adlai Stevenson, de Illinois.» Orejas y rabo. Patas y toro. Un estruendo se elevó, como cuando Bobby Thomson dio una vuelta al campo de béisbol en Polo Grounds y los Giants le ganaron el campeonato a los Dodgers en el tercer partido complementario en 1951. Las muestras de apoyo se derramaron como una cascada, la galería se puso en pie y el recinto deportivo sonó como el interior de un tambor que indica la marcha.

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