—¿De verdad? ¿No tienes nada más que hacer?
Tenía un sinfín de cosas que hacer. Todavía estaba atrasado en sus estudios, y tenía que prepararse para la reunión que había concertado con uno de sus profesores para finales de esa misma semana, pero solo veía la cara sonriente de Georgie. Su esposa estaba allí, y quería pasar tiempo con ella.
—Nada que no pueda esperar —le dijo—. Ven. Vamos a firmar el contrato de arrendamiento. Luego nos divertiremos.
Georgie aceptó su mano y sonrió, y a él lo asaltó un recuerdo de repente. Cuando estaban atendiendo a Freddie Oakes y ella le sonrió, y él deseó bajar el sol del cielo y ofrecérselo en una bandeja.
Todavía seguía sintiendo lo mismo. Bastaba una sonrisa de Georgiana para que se sintiera capaz de hacer cualquier cosa.
Fuera lo que fuese.
¿Era eso amor? ¿Ese sentimiento desquiciado y embriagador, esa sensación de infinitas posibilidades?
¿Era posible que se hubiera enamorado de su esposa? Parecía demasiado rápido, demasiado pronto, y sin embargo…
—¿Nicholas?
La miró.
—¿Pasa algo? —preguntó ella—. Parecías estar muy lejos de aquí.
—No —le contestó en voz baja—. Estoy aquí. Siempre estaré aquí.
Ella frunció el ceño, confundida, algo por lo que no podía culparla. Lo que decía no tenía sentido. Sin embargo, al mismo tiempo, tuvo la impresión de que el mundo acababa de cobrar sentido.
Tal vez aquello fuera amor.
Tal vez.
Probablemente.
Sí.