La crítica suele conceder mayor importancia a las obras de la segunda etapa, la más madura y reflexiva, y algunos incluso muestran cierto desprecio por las creaciones juveniles, como si de algún modo se rebajaran alabando las creaciones de un muchacho de dieciocho años, por muy genial que éste sea. Habría que recordar aquí que la precocidad parece una de las características ineludibles de los escritores románticos, de suerte que en ese contexto nuestro escritor no constituye, ni mucho menos, un caso aislado