Colonialismo e imperialismo

Los colonizadores europeos estaban convencidos de su superioridad. Pensaban que la conquista de otros continentes no solo era una consecuencia lógica de su supremacía militar, sino que además estaba asociada a una preeminencia cultural, moral e incluso, para algunos, biológica. Por lo tanto, para ellos, obligar a los pueblos colonizados a abandonar su cultura, a «modernizarse», se consideraba algo positivo. Y por eso, en mayor o menor medida, fueron obligados a «aculturarse», esto es, a modificar su forma de vida para adaptarse a las exigencias de los colonizadores.

Haile Selassie

Ras Tafari Makonnen nació en 1892; era miembro de la familia real abisinia, que se consideraba descendiente directa del rey Salomón y de la reina de Saba. En 1916, durante el reinado de la emperatriz Zauditu, su tía, asumió el cargo de regente. Y en 1930 fue coronado Negus Nagast («Rey de Reyes»), con el nombre de Haile Selassie. Su fastuosa coronación, cubierta por numerosos corresponsales y reporteros gráficos, lo hizo mundialmente famoso.

Selassie intentó que el país modernizara su economía sin alterar sustancialmente su estructura social. En realidad, él era un monarca absoluto que ni siquiera firmaba las leyes; lo hacía en su nombre el «ministro de la Pluma». Cuando los italianos conquistaron Etiopía, Haile Selassie se negó a capitular y se exilió en Inglaterra. Durante la Segunda Guerra Mundial volvió a África con apoyo inglés para enfrentarse a las tropas italianas. Logró derrotar a los colonizadores y se convirtió en un mito para africanos y afroamericanos: el negro que había conseguido vencer a los blancos. Pero en 1974 fue depuesto por una revuelta popular antiabsolutista. El Rey de Reyes, el «Elegido de Dios», sería encarcelado y asesinado por los militares marxistas que lo derrocaron.

En el fondo, esta doctrina refleja un claro supremacismo: España y los españoles no solo son considerados superiores a los pueblos de otros continentes, a los que «ayudan» imponiendo su cultura y su forma de vida, sino que también se los considera superiores a otros pueblos occidentales porque actúan con criterios morales superiores a ellos.

Cuando en 2020 el presidente mexicano, López Obrador, pidió a España que se disculpara por la colonización de México, el Gobierno español rechazó firmemente esta petición, alegando que no se podían analizar los fenómenos del pasado desde una óptica actual (aun cuando el mismo ejecutivo hispano lo ha hecho en repetidas ocasiones a través de la celebración de grandes conmemoraciones relacionadas con la conquista de América).

Los grupos de ultraderecha, obviamente, se abonaron a un discurso que reivindicaba, «sin complejos», la «labor» de Colón, Magallanes, Blas de Lezo, los tercios de Flandes, fray Junípero Serra, la Legión, los misioneros españoles, «los últimos de Filipinas», las tropas de la guerra hispano-cubana y cualquier grupo de españoles que intentara imponer el dominio de España en cualquier punto del mundo.

El nacionalismo español continuó asociado a la mentalidad colonial.

La experiencia colonial española pasó de ser magnificada como empresa civilizadora a ser loada como «encuentro de culturas» en la «primera globalización».

El Vaticano durante mucho tiempo había elogiado el colonialismo, porque había abierto las puertas a la evangelización; en realidad, la Iglesia católica colaboró estrechamente con los estados coloniales. Pero en 2015, en Bolivia, el papa Francisco I pidió excusas por el papel jugado por la Iglesia en la conquista de América.

En realidad, este presupuesto estaba destinado, básicamente, a reforzar la lucha de los libios contra la inmigración ilegal (es decir, favorecía más a Italia que a Libia) y se interrumpió tras la caída de la dictadura de Gadafi.

En 2008, un acuerdo entre Silvio Berlusconi y el dictador Muamar el Gadafi establecía que Italia pagaría 200 millones de dólares anuales, durante 25 años, a través de un «pacto de amistad» para compensar los daños causados por el colonialismo en Libia.