Tituba, ¿acaso no me deseas?
Y es que ahí era donde residía el problema. Yo deseaba a aquel hombre más que a nada en el mundo. Deseaba su amor como nunca había deseado el amor de ningún otro. Ni siquiera el de mi madre. Deseaba con toda mi alma que me tocara. Deseaba que me acariciara. Anhelaba con todas mis fuerzas el momento en el que me haría suya y las compuertas de mi cuerpo se abrirían de par en par para él, liberando las aguas del placer.