idea de que somos intraducibles es, sin embargo, mucho más dañina que la idea de que somos traducibles. Suponer que nadie puede traducirnos es renunciar de plano al contacto, sustraernos orgullosa, cobardemente del mundo. Pero el viaje de Chuck a Wickerby no era una huida; perderse en ese bosque que pertenecía a su esposa, a los recuerdos de su esposa, era su enrevesada, su dolorida forma de traducirla.