He percibido no solo en mis hijos y nietos, sino también en un creciente número de jóvenes ese nuevo aliento que anima la voluntad de instaurar verdaderos valores humanos (solidaridad, creatividad, generosidad, saber, reinvención del amor, alianza con la naturaleza, atracción festiva por la vida), rompiendo con los valores patriarcales (autoridad, sacrificio, trabajo, culpabilidad, servilismo, clientelismo, contención y descarga de las emociones), esencialmente centrados en la predación, el dinero, el poder y esa separación de uno consigo mismo de donde proceden el miedo, el odio y el desprecio del otro.
A pesar de los medios de comunicación que se aplican en ignorarlo, una sociedad viviente se construye clandestinamente bajo la barbarie y las ruinas del Viejo Mundo. Resulta útil mostrar de qué modo se manifiesta y cómo progresará.