El mar de los monstruos

Aquel Perseo acababa venciendo siempre, por eso mi madre me había puesto su nombre, aunque él fuera hijo de Zeus y yo de Poseidón. El Perseo original era uno de los pocos héroes de la mitología griega que tenía un final feliz.

—Una serie fantástica —suspiró Hermes—. Antes de que la televisión de Hefesto se llenara de reality shows. Desde luego, ese termo sería mucho más valioso si hubiese conseguido la canastilla del almuerzo completa…
«O si no hubiera pasado por la boca de Martha», añadió George.
«Esta me la vas a pagar». Martha empezó a perseguirlo en torno al caduceo

En mi sueño, Grover llevaba un vestido de novia.
No le quedaba muy bien; era demasiado largo y tenía el dobladillo salpicado de barro seco, el escote se le escurría por los hombros y un velo hecho jirones le cubría la cara.

Girando sobre la cabeza de Tyson había un tridente verde incandescente: el mismo símbolo que había aparecido sobre la mía el día que Poseidón me reconoció como hijo suyo.
Hubo un momento de maravillado silencio

Ella le entregó las riendas a su guerrero y saltó a mi carro como si fuera la cosa más fácil del mundo

Un murmullo de inquietud se difundió entre los campistas y muchos me miraron de reojo. Tuve ganas de matar a Tántalo

—¡Mantened la formación! —ordenó Clarisse a sus guerreros.
De Clarisse podían decirse muchas otras cosas, pero no que no fuera valiente.

—Soy un monstruo.
—No digas eso.
—No me importa. Seré un buen monstruo. Y no tendrás que enfadarte.
No supe qué responder. Miré el techo y sentí que me estaba muriendo poco a poco, al mismo tiempo que el árbol de Thalia

A mi hermano! —dije a voz en cuello, para que todos pudiesen oírme—. ¡A mi hermano pequeño!

—¡Tyson! —grité—. ¡Vamos!
Tyson dejó caer a los dos guerreros que estaba a punto de retorcer en un solo nudo, corrió hacia nosotros y saltó sobre el lomo del centauro.
—¡Ostras, colega! —gruñó el centauro. Las patas casi se le doblaban bajo el peso de Tyson—. ¿No has oído hablar de una cosa llamada «dieta»?