El Corazón De Una Bridgerton

¿Cómo podrías no quererme cuando yo te quiero tanto, tanto?

Francesca cayó en la cuenta de que tenía retenido el aliento. Michael era aterrador, pero también magnífico, y la estremecía hasta el fondo del alma comprender que jamás lo había visto así.

Jamás se imaginó que él podría ser así.

Eso no tenía por qué sorprenderle, pero le sorprendió. Cada vez que pensaba que lo sabía todo de ella, que sin querer había memorizado todos sus detalles, algo vibraba y cambiaba dentro de ella, y él sentía que todo comenzaba de nuevo.

Además, le era imposible resistirse a ella. Sabía muy bien que debía mantenerse alejado, que no debía permitirse nunca estar solo en compañía de ella. Nunca actuaría según sus deseos, pero ¿de veras necesitaba someterse a ese tipo de sufrimiento? Igual acabaría solo en su cama, atormentado por la culpa y el deseo a partes iguales.

Pero cuando ella le sonreía, no podía decir que no. Y, la verdad, no era tan fuerte como para negarse una hora en su presencia.

Porque su presencia era lo único que tendría en su vida. Nunca habría un beso, jamás una mirada significativa ni una caricia. No habría palabras de amor susurradas, ni gemidos de pasión.

Bueno, eso sí lo mataría. Podía vivir sin su amor, pero no sin su felicidad.

Y él, que se había acostado con incontables mujeres, de repente comprendió que hasta ese momento solo había sido un niño.

Porque jamás había sido así.

Todo lo anterior había sido su cuerpo. Esto era su alma.

Ella asintió, y arqueó el cuello cuando él le deslizó los labios por esa larga columna hasta su hombro.

—Si quiero atarte a la cama y tenerte aquí hasta que estés embarazada, lo harás.

—Sí.

—Y no te quejarás.

Ella negó con la cabeza.

Él le tironeó el vestido, y este cayó al suelo con pasmosa rapidez.

—Y te gustará —gruñó.

—Serás mía. Eso es. ¿Entiendes?

Nunca escaparía de esa mujer. Jamás escaparía de ella, y jamás podría tenerla.

no era que no lo amara; lo amaba; lo adoraba con todas las partículas de su ser, de su cuerpo.