La niebla se espesó y se aglutinó j usto frente a m í y alrededor de la m esa con
los tarros de trozos de m onstruos en vinagre. De repente aparecieron cuatro
hom bres sentados a la m esa, j ugando a las cartas. Sus rostros se volvieron nítidos:
eran Gabe el Apestoso y sus colegas. Apreté los puños, aunque sabía que aquella
partida de póquer no podía ser real. Era una ilusión de niebla.
Gabe se volvió hacia m í y habló con la voz áspera del Oráculo: « Irás al
oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado» .
El tipo a su derecha levantó la vista y dij o con la m ism a voz: « Encontrarás lo
robado y lo devolverás» .
El de la izquierda subió la apuesta con dos fichas y después dij o: « Serás
traicionado por quien se dice tu am igo» .
Por últim o, Eddie, el portero del edificio, pronunció la peor de todas: « Al
final, no conseguirás salvar lo m ás im portante» .