Después del invierno

vivo me amenaza, hay que cuidarlo o se muere. En pocas palabras, roba atención y tiempo y yo no estoy para regalarle eso a nadie.

¿Quién puede callar a una cubana que necesita hablar? Todavía no conozco a nadie que lo haya conseguido.

Descubrí el inmenso poder de unas cuantas líneas y también descubrí –por desgracia– que ese poder es perecedero si éstas no se renuevan.

Así, por más que intenté prolongar la dicha y la seguridad que me produjo recibir aquella

Y que eran ellos, los niños, quienes conseguían mejor que nadie, si no condenarlos al olvido, renovar nuestras ganas de vivir, a pesar de su dolorosa ausencia.

«Seres imperfectos viviendo en un mundo imperfecto, estamos condenados a encontrar sólo migajas de felicidad.»

¿Cuál es la alternativa? Quizás aceptar nuestros límites, nuestras contradicciones, nuestras muchas necesidades, tratar de ser más fuertes que el peso de toda culpa.

ser-feliz-ahora-mismo-a-pesar-de-todo, a pesar del dolor y de la certeza de que la vida es, básicamente, imposibilidad y dolor.

Recibir estos relatos impregnados de tanto dolor ajeno era una suerte de bálsamo milagroso.

pensé en lo difícil que nos resulta a los seres humanos sostener una estabilidad física o psicológica.

Durante mi convalecencia leí y releí a Séneca