sentido ético, a los ojos de Kierkegaard era necesaria, si había de seguir una vida religiosa. También están presentes oscuros ecos de la relación con su padre. Dios detuvo la mano de Abraham en el último momento, e Isaac no fue sacrificado. El padre dominante había llevado a Kierkegaard hasta el borde de la extinción espiritual, pero murió a tiempo de que su hijo pudiera «llegar a ser algo».
Hacia sus treinta años, Kierkegaard dedicaba su vida casi por entero a escribir. Ya no veía a sus amigos de estudiante y vivía una existencia solitaria. Salía solo para dar largos paseos por las calles de Copenhague, llamando la atención por su aspecto cada vez más estrafalario. Delgado, cargado de espaldas y con un sombrero de copa, llevaba pantalones estrechos, invariablemente con una pierna más corta que la otra. Siempre había parecido mayor para su edad, y ahora ya semejaba un hombre de mediana edad. A veces se detenía para hablar con los niños; les hacía pequeños regalos y ellos se divertían cautelosamente con el humor travieso de este extraño personaje viejo-joven.