Los detalles

El yo, o lo que suele conocerse por «yo», no es nada más que esto: restos de las personas con las que nos rozamos.

El libro que tengo en la mano es La trilogía de Nueva York. Auster, hermético pero liviano, tan sencillo y sin embargo tan retorcido, paranoico a la par que lúcido, y con un cielo abierto entre cada palabra. Johanna y yo estábamos de acuerdo en ese punto, y cuando la fiebre remitió un par de semanas después, lo volví a leer en busca de

Justo cuando quería que llegara un huracán, llegó un huracán. Deseaba dejarme llevar, envuelta en un torbellino, y tuve la suerte de conseguir justo lo que buscaba y la mala suerte de encontrar todo lo que creía anhelar, la suerte y la mala suerte de conseguir que mis plegarias en pos de un amor apasionado fueran atendidas.

Los regalos que le hacía, el hecho mismo de dárselos, me dejaban con un sentimiento de inferioridad, porque no podía evitar recordar lo que me habían costado y su escasez relativa.

Cuando era más joven pensaba que tenía que viajar más, ir más lejos, pasar más tiempo en países extranjeros, estar siempre en disposición de partir a la aventura y vivir al máximo, pero con el tiempo entendí que lo que buscaba estaba aquí mismo, en mi interior, en las cosas que tenía a mi alrededor y en los trabajos alimenticios que se convirtieron en mi profesión, en la constancia del día a día, en la mirada de las personas que encuentro cuando aquieto mi propia mirada.

La buena voluntad iba acompañada de cláusulas. Su ansiedad se presentaba en forma de pura locura —trastornada, primitiva y digna de un psiquiátrico

Birgitte, en cambio, logró adaptarse, y se adaptó hasta tal punto que el principal rasgo de su personalidad era la ausencia de personalidad.

Para mí, encariñarse era como tatuarse, todos los detalles quedaban preservados, todas las personas a las que había amado y todo lo que me había gustado perduraba en mí.

ara mí, encariñarse era como tatuarse, todos los detalles quedaban preservados, todas las personas a las que había amado y todo lo que me había gustado perduraba en mí.

la suerte y la mala suerte de conseguir que mis plegarias en pos de un amor apasionado fueran atendidas.