Claudia Apablaza, en su libro “Diario de las especies”, se acerca a la verdad, mostrándola, de esa aseveración de Virginia Woolf: “Todos somos por dentro, aproximadamente 4,000”; ella avista esta certidumbre contándonos el cuento de su novela, haciéndose mientras la leemos, pero esto es sólo el logro de su voluntad, es el mero hecho de haber sido hechizados a fuerza de seguirla entre los renglones, salpicados, eso sí, de historia reciente latinoamericana, de nombres reconocibles en el ámbito de la literatura, ¿es ella la que se busca en las voces, es ella la sufriente, la errante, la erótica que se vale de su retórica para laberínticamente desdoblarse en múltiples (¿o acaso sólo dos?) especies?
Su libro es el camino de la nervadura de una hoja gigante que se metamorfosea en la llama que ilumina y calienta las noches frías del que la espera y se llama su salvador, aunque se invente desde la garganta o el sonido de la no voz de los sordomudos que la atormentan.
¿Que el amor es desvalimiento? Tal vez, eso parecen decir algunos párrafos, pero también es miedo y huida y tristes seres que aprenden nuevos vuelos.
Pero no son definiciones lo que el “Diario de las especies” nos depara, al menos, no sólo definiciones, sino un reconocerse en las grandes manchas de historia verdadera que definen los contornos del mapa que es este libro. Inusual, inquieto, inolvidable tal vez por su originalidad final, aunque también los budistas lo afirman: somos el universo todo.
Así, los que callan, o acaso sólo postean en un blog, existen en la voz de Claudia, son los especímenes que recorren, dinámicos, voluptuosos, inesperados este Diario de las especies, cartografiado limpiamente por Claudia Apablaza, joven chilena a quien habrá que agradecer su nueva forma de contarnos el cuento de los patos.