Traducido a un lenguaje más moderno, Baba Yagá es una «disidente» marginada, solitaria, «una solterona», un espanto, un viejo espantajo, una perdedora. Nunca se ha casado y, según parece, no tiene amigos. Los nombres de sus amantes, si es que los ha tenido, son desconocidos. No le gustan los niños, no es una madre abnegada ni, pese a su avanzada edad, se ha convertido en una abuela rodeada de nietos queridos. Ni siquiera es una buena cocinera. Su función es clave y marginal a la vez: «corteses» o «rudos», los héroes se detienen delante de su isba, comen, beben, usan su baño de vapor, se aprovechan de sus consejos, aceptan los obsequios mágicos que los ayudarán a llegar a su objetivo y desaparecen. Ninguno de ellos volvió con un ramo de flores y una caja de bombones a darle las gracias.