Los hombres que odian a las mujeres

No nos gusta correr el riesgo de ofender a los hombres.

. Expón a los jóvenes a otras ideas, a otras opciones. Desafía y cuestiona las creencias de la machoesfera. Explora los límites de los hechos falsos y la ciencia de pacotilla que les hayan dado a los jóvenes como «evidencia». Dar a los jóvenes la mayor cantidad posible de información fiable y permitir que saquen sus propias conclusiones es la mejor manera de combatir ese problema sin volverlos en contra ni tratarlos con condescendencia.

Ben Hurst, de la Good Lad Initiative, subraya que enseñar a los jóvenes a analizar y evaluar las fuentes de noticias debe ocupar un lugar destacado en la lista de intervenciones eficaces. «

La educación debe desempeñar un papel fundamental en la lucha contra el extremismo misógino, preferiblemente no como una medida reactiva, sino preventiva: hay que proteger a los niños del persuasivo impacto de la captación virtual y dotarlos de herramientas fiables para combatir la ideología de la machoesfera antes de que se topen con ella, en lugar de intentar desenmarañarlos de una red que ya los tiene atrapados en sus pegajosos hilos.

Así que el primer cambio importante que necesitamos es que el supremacismo masculino y el extremismo misógino sean tenidos en cuenta por todas aquellas organizaciones o Gobiernos que estén controlando, legislando y combatiendo las distintas formas de terrorismo.

otras palabras, Morgan se adapta perfectamente a la rica demanda virtual de diatribas reaccionarias, antifeministas y de «corrección política desproporcionada», cuidadosamente formuladas en la retórica defensiva preventiva del debate razonable y la superioridad moral.

Quizá el problema sea que en la machoesfera, y fuera de ella, muchos parecen confundir la libertad de expresión con el derecho a que te escuchen, a tener un público, a que nadie exprese nunca desacuerdo contigo o a que no te llamen intolerante, violento, misógino y racista?

El consejo de «no alimentar al troll» sugiere que el problema es sencillamente inevitable: que los hombres siempre acosarán, insultarán y degradarán a las mujeres, así que es inevitable que demos pasos para proteger a las mujeres en vez de intentar combatir el problema desde la raíz. Lo que se desprende de eso es que si se trata de una cuestión arraigada e inevitable, las personas a quienes, por su propia seguridad, hay que meter en masa en un corral, reduciendo su libertad y restringiendo sus opciones, son las víctimas (presentes y potenciales). Sin embargo, la sugerencia de tratar a los hombres en masa e implementar soluciones preventivas que tendrían una repercusión similar en su libertad de movimientos provoca inevitablemente una reacción negativa inmediata y airada.

Así que cuando a las mujeres les decimos que simplemente desconecten, o que pasen menos tiempo en Internet, o que dejen de visitar ciertas páginas web, lo que estamos diciendo en el fondo es que son ellas, y no sus acosadores, quienes deberían sufrir las consecuencias negativas del troleo. Son ellas, no los trolls, quienes deberían verse excluidas de espacios hostiles. Estamos sugiriendo que el precio que las mujeres deben pagar para escapar del ciberacoso es sacrificar su carrera, que es justo lo que Lee-Kennedy se vio obligada a hacer.

Por desgracia, la persistente idea pública de que los trolls son bromistas aislados que lanzan insultos está lo bastante extendida como para influir en la opinión de la sociedad sobre cómo deben reaccionar las víctimas. «Solo intentan amedrentarte», me han dicho montones de personas después del enésimo correo detallando los horripilantes y sanguinarios métodos con los que un hombre fantasea con descuartizar mi cuerpo y abusar de mi cadáver.