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Andrés Barba

Agosto, octubre

  • Josué Osbourneцитирапреди 4 години
    Eso y el terrible deseo, cada vez que el recuerdo aparece, de dar marcha atrás en el tiempo, hacerse dos, tres, quince años más joven, regresar a aquella estación de autobuses en la que un adolescente pánfilo abraza a una muchacha vestida de romano. Mueve la mano y es como si la misma sensación física se descompusiera, como si estuviera formada por fragmentos diversos, unos más vivos que otros, en una lluvia inmóvil pero palpitante, una cascada de sensaciones discontinuas en la que sólo brilla un deseo como una brasa incandescente; acercarse a él, zarandearle con las manos, gritarle en el oído: Bésala, imbécil, bésala
  • Josué Osbourneцитирапреди 4 години
    No sabe por qué pero siente una congoja extraña. Ha ocurrido algo debajo de la carne, de la piel, de los párpados, un movimiento imperceptible en el vértice de los labios de Marita y también en los suyos, como si los dos tuviesen una razón similar para vivir. Le asombra descubrir ese rasgo pequeño de Marita; no quiere que nadie sepa que ha venido sola, una vergüenza diminuta, doblada en un pliegue de la carne, íntima, humana y nada maliciosa. Le da una mano húmeda. Él piensa: Esto es lo que tenía que hacer.
  • Josué Osbourneцитирапреди 4 години
    En el recuerdo él tiene frío el corazón, es como el actor de una película que sabe que no le queda mucho tiempo de vida.
  • Josué Osbourneцитирапреди 4 години
    Parecía enfadada, de modo que decidió no preguntar nada más. Aplicó la lengua a aquello. Lo acarició con los labios fruncidos, sin saber qué movimientos debía o no debía hacer, el olor y el gusto eran demasiado inéditos para saber si le gustaba o disgustaba. Más bien le disgustaba, pero de una manera poco convencida, como si estuviera probando por primera vez un manjar muy caro que un familiar hubiese traído de un lugar lejanísimo en el que aquello era algo exquisito.
  • Josué Osbourneцитирапреди 4 години
    La curiosidad atemperó la vergüenza y el asco. La ignorancia casi absoluta de lo que aparecería, aquí y ahora, avivó un extraño sentimiento biológico cuando la vio sentarse sobre un tronco de pino, subirse la minifalda y quitarse las bragas. La sombra de las dunas apenas le permitió ver nada hasta que estuvo muy cerca, luego el aspecto de aquello le tranquilizó. La chica tenía un lunar en la doblez de la carne junto a un pubis depilado en forma de corona mesopotámica, y un tatuaje pequeño, de una estrellita.
  • Josué Osbourneцитирапреди 4 години
    Había algo extraño en los veranos, una especie de tendencia a quedar compartimentados, distribuidos en ocupaciones idénticas, como una rutina del descanso en la que se inyectaban de vez en cuando planes nuevos y extravagantes –«¿Os gustaría hacer esquí acuático?» (Papá)–, sonidos blancos, poco modulados, habitaciones en las que ya no se viviría nunca más pero que durante aquel mes llegaban a adquirir la languidez afable de lo íntimo, algo que parecía un murmullo, como si aquella situación se hubiese vivido en una infinidad de ocasiones y a la vez en ninguna en absoluto, el pinar parecía distinto según la perspectiva de la casa, y también las dunas que ocultaban la orilla desde la terraza; sólo a veces, haciendo un gran esfuerzo, se recordaba la vida del invierno.
  • Josué Osbourneцитирапреди 4 години
    El verano era el periodo de la anarquía. Todos se volvían un poco impacientes, un poco egoístas, más vivos y alegres casi todo el tiempo, pero también más expuestos a la decepción y al berrinche. Se peleaban más, pero también se confiaban y celebraban estar juntos. Al verano pertenecían también todos los momentos que recordaba de su vida de auténtica suspensión alegre, cenas en las que de pronto se quedaban los cuatro en silencio; como si algo burbujeara en ellos, o les lanzara hacia adelante en la vida, sus voces se volvían profundas y calmadas. Él siempre había anhelado las vacaciones con auténtica ansiedad y le resultaba extraño que aquel año hubiese sido distinto.
  • Erick Neumannцитирапреди 5 години
    Cuando murió su marido la tía Eli vendió aquel último barco, el Lady Pepa II
  • Erick Neumannцитирапреди 5 години
    «Pablo.» «Tejas.» «Rivero.» Y como el cuarto no contestaba, el último que había hablado añadió: «Y éste se llama Marcos.»
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