Una vez, mientras estaba en casa durante las vacaciones de la universidad, mi papá y yo fuimos al cine. Salimos cuando ya estaba oscuro; el cine tenía un enorme estacionamiento con muy poca iluminación. Fue la primera vez que él notó cómo yo llevaba las llaves como lanzas entre mis dedos, para lanzar un puñetazo lo más doloroso posible si alguien intentaba agarrarme. Aba me preguntó sobre eso mientras comíamos malteadas y papas fritas, con las luces fluorescentes del merendero tan intensas que provocaban dolor de cabeza. Le expliqué una a una las muchas, muchísimas cosas que hace una chica o una mujer que sale sola.
Se quedó perplejo.
No fue que no me creyera, sino que no tenía ni la más mínima idea de que todas esas precauciones fueran de rutina. No podía entender que en realidad no tiene nada que ver con quién eres o por dónde andas, que solo es una cosa de sentido común si eres una mujer que anda sola por la calle.