Nueve noches para la Navidad

Adorar es cuidadosamente dirigirse a otro. Decirle, con todo el cuerpo, «tú»: mirándolo, admirándolo, de frente, con la dedicación del querer todo. Es ir al otro como se va a un lugar, en el vehículo de la palabra, y hablarle con términos precisos que transmitan los mejores pensamientos

Se puede ser de una ciudad en la que no tienes dónde dormir.

Antes, vivíamos en un jardín, de donde éramos. Un día, comimos un fruto que no podía ser. Nos fuimos. Desde entonces buscamos, de jardín en jardín, por todo el mundo, de donde no somos, otro fruto: el que sí sea. De hora en hora lo buscamos.

Será una flor como nadie ha visto nunca. O un animal raro, hecho de partes de muchos animales. O un bebé. Una estrella. Un mar. Un dios o un día: el esplendor de la mañana. La alegría de la mañana.

Vamos a contar las noches para que el día llegue. Faltan nueve para la noche nueva.

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Se puede ser de una ciudad en la que no tienes dónde dormir.

En realidad, ningún hombre puede saber de quién es el hijo que le dicen que es suyo y en quien él cree pervivir.

Las mujeres guardan el secreto de la identidad de todo el mundo. Por eso, el mundo teme y desprecia a las mujeres.

Es un mortal, como yo.

No tiene remedio, como yo.

Maestro de maestros: encuéntrame.

Enséñanos.

Muéstranos cómo oír a Dios.

Haz que seamos tú.

Háblanos de cómo despertar. Cómo amanecer. Cómo nacer.

Adorar es responder. Es ofrecerse a otro mientras se busca la verdad.