Vivimos en un mundo donde la inmundicia del infierno quiere salpicar nuestra vida, pero al andar en luz y tener comunión con otros cristianos, la Sangre de Jesús mantiene un proceso de purificación y santificación en nosotros que impide que la mancha del pecado toque nuestro corazón. Él mantendrá nuestras vestiduras limpias, conforme a lo que dice en Eclesiastés: “En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza” (Eclesiastés 9:8).