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Esther Hernández

Una nave de sexo y ficciones

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  • La lechuza desveladaцитирапреди 2 години
    Está en esa edad en que al menor descuido, el rostro y el corazón corren peligro de endurecerse.
  • La lechuza desveladaцитирапреди 2 години
    Estamos arreglados” me dije, si hasta para los duendes me transparento ¿cómo van a encontrarme las musas?
  • Francisco Zavalaцитирапреди 2 години
    Sofía, los muertos y los vivos no pueden mirarse”.
  • Francisco Zavalaцитирапреди 2 години
    quel cuerpo que últimamente se había llenado de redondeces, aunque aun tuviera un olor casi lácteo. Ella le miraba entonces sonrojada, “adiós”,
  • Francisco Zavalaцитирапреди 2 години
    Ya no volveré a bajar hasta que no te hayas marchado. Hasta no estar segura de que tu alma ya redimida se ha escapado de ese vanidoso envoltorio que tanto daño me ha hecho
  • Francisco Zavalaцитирапреди 2 години
    Al día siguiente me sentí estúpida por haber creído por un momento que me corresponderías. Tonta por creer que podrías desear las caricias de mi cuerpo desmañado
  • Francisco Zavalaцитирапреди 2 години
    He hecho muchas tonterías en mi vida, pero la más ingenua ha sido quererte
  • Francisco Zavalaцитирапреди 2 години
    Entonces los pies giraban finalmente hacia la cocina. Se oía un ruido metálico y como un vendaval, llegaba la violencia, la mano armada con un cuchillo, la ira pegada al rostro, el brazo alzándose y golpeando una y otra vez hasta que la sangre de Gloria teñía de rojo sus blancas almohadas
  • Francisco Zavalaцитирапреди 2 години
    Si yo fuera una mujer, hincaría los codos a conciencia y sería la más culta de los alrededores. Haría lo que fuera para no necesitar a un hombre. Y si por un azar me enamorara, lo disfrutaría saboreándolo como un manjar delicioso de caducidad asegurada. Eso sí, cada uno en su casa, que del amor se salta a la rutina en quince días
  • AnPaцитирапреди 4 години
    Qué bello su cuerpo. Sus senos pequeños, redondos, de niña grande y risueña. Aunque ya no lo sea. Me gusta saber que ella mima ese cuerpo como yo lo hacía. Ahora uno de sus brazos sube, la mano acaricia el pezón que se endurece, ese tacto de almendra. Cómo desearía besarla ahora, lamerla entera. A veces fantaseo con la idea de que ella sabe que estoy aquí, más bien que sabe quién es quien está aquí. Y que ella también piensa en mi pecho, en el vello donde se enredaban sus manos, en la fortaleza de mis piernas, y entre medias el sexo, que ella besaba, chupaba y acariciaba en un movimiento incesante hasta que no había nada más en el mundo que su mano y su lengua. Pero aquello ya está lejos,
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