El diablo de la botella

¿No es una cosa terrible, esposo mío –dijo Kokua–, que la salvación propia signifique la condenación eterna de otra persona?

alegrándose tan sólo de tener más horas de soledad durante las que cavilar sobre su destino y de no verse condenado con tanta frecuencia a ocultar un corazón enfermo bajo una cara sonriente.

respondió el hombre–. Hay una cosa que el diablo de la botella no puede hacer… y es prolongar la vida; y, no sería justo ocultárselo a usted, la botella tiene un inconveniente; porque si un hombre muere antes de venderla, arderá para siempre en el infierno

más valdrá que acepte lo bueno junto con lo malo.»

respirar ya no era una obligación penosa.

–¡Sólo quería que me dijeras una palabra amable! –exclamó ella.
–Ojalá nunca volvamos a pensar mal el uno del otro –dijo Keawe; acto seguido volvió a marcharse.

Apia, Upolu, Islas de Samoa, 1889

olor del humo y sentía deshacerse su carne sobre los carbones encendidos

Si trataras de engañarme –dijo el anciano–, creo que Dios te mataría

de las Ocho Islas