Ramón Lobo

Pese a todo, sabía que era un privilegiado: viajaba gratis, tenía un buen sueldo, era testigo de la historia, y estaba lejos de sus jefes.

Empezaron a medir a los reporteros por lo que costaban, no por lo que valían, a primar los recortes sobre las exclusivas y las primicias, a interesarse por el presupuesto en lugar de preguntar «dónde está la puñetera historia»,

«Cuando matas a un hombre, le quitas todo lo que tiene y lo que podría llegar a tener», dice Clint Eastwood.

Siempre imaginó que la bala que mata no se escucha, apenas se siente, solo quema y empapa.

A menudo, el reportero que viaja a guerras siente una soledad inabarcable y se pregunta por el sentido de un trabajo que consiste en caminar en dirección opuesta a la gente sensata.

sostenía la cámara pegada a la mejilla, el dedo en el disparador mientras su ojo rastreaba imágenes en el visor. Era una cazadora en espera de la décima de segundo que explica una historia extraordinaria, o una guerra.

on.
—No llevo ni un año como fotógrafa profesional. Mi aspiración es cambiar el mundo.
—Es un objetivo ambicioso, sin duda.
—Al menos que nadie pueda decir que no lo sabía.

No he sabido regresar a tiempo para ser yo mismo y alcanzar la paz.

Mi mente ordenó olvido, pero mi cuerpo se resiste a perdonar.

En los países arruinados por dictaduras y guerras, la indefinición salva vidas.