Laura Gallego García

Qué quieres decir con eso? —repitió—. ¿Es que no te gusto?

Se acercó mucho a ella para mirarla a los ojos, y Axlin tuvo que inspirar hondo para calmarse. Claro que le gustaba. Era un chico muy atractivo, y ella no era de piedra.

Él leyó el deseo en sus ojos, sonrió y la besó. La joven respondió enseguida, con gran sorpresa por su parte. Le echó los brazos al cuello y dejó que él la estrechara contra sí y la besara de nuevo, con ardor.

Finalmente, retiró el filo, se separó de ella y Axlin pudo darse la vuelta.

Se miraron a los ojos. En efecto, se trataba de un chico de unos diecisiete o dieciocho años. Y era una persona y no un monstruo, pero aun así ella tuvo la sensación de que latía en él algo salvaje. Como ya había advertido, era atlético y de piel tostada por el sol. Su cabello, castaño con tonos rojizos, estaba tan alborotado como si acabara de levantarse

La suerte es caprichosa. Puede acabarse en cualquier momento.

—¿Por qué han hecho esto?

Max llevaba un buen rato preguntándoselo, pero por fin halló una respuesta.

—Porque lo necesitaban. Para conjurar el miedo, ¿sabe? Porque el odio nace del miedo.

Camelia —repitió Marcela—. Es muy bonito, madrina. Lo recordaré siempre.

Camelia —repitió Marcela—. Es muy bonito, madrina. Lo recordaré siempre.

Vivía en una cabaña rústica pero coqueta,

lo abrió por una página al azar y

príncipe Alteo estaba asomado a las almenas de la torre cuando Camelia se apareció junto a él.

Rosaura, por su parte, continuaba creciendo sin saber aún que tenía un hada madrina.