Carlos García Vázquez

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    En resumidas cuentas, así era la ciudad del monopolismo: una galaxia de enclaves donde convivían colosales complejos industriales, elegantes urbanizaciones suburbiales, avanzados medios de transporte, terciarizados cascos históricos y la misma miseria de siempre
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    Como era habitual en la Inglaterra victoriana, Booth pensaba que la historia y el carácter de los lugares propiciaban patrones de comportamiento singulares que se transmitían durante generaciones; es decir, que al igual que la sabana africana determinaba la conducta de las jirafas, un mal barrio predisponía a sus vecinos hacia la vileza (como veremos más adelante, este determinismo físico perduraría durante décadas en los estudios urbanos).
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    Nacida al amparo de la geografía humana, su hipótesis de partida era que las sociedades se adaptaban al ambiente natural de las regiones donde se asentaban.
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    fundadores de la denominada Escuela de Chicago. Sus nexos con los predecesores europeos eran tan evidentes como complejos. Heredaron del Social Survey Movement la tríada metodológica de positivismo, empirismo y organicismo, pero en lo referente a los contenidos fueron mucho más allá y no se limitaron a los distritos obreros, sino que se adentraron también en los barrios de inmigrantes, los guetos étnicos y los antros frecuentados por bandas, vagabundos o prostitutas. En 1925 Park, Burgess y McKenzie publicaron The City,20 manifiesto programático de la Escuela de Chicago, que incluía una tipificación espacial de las dinámicas sociogeográficas, una teoría sobre la ocupación y uso del suelo y una teoría del control social.
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    Para complementar su argumentación ecológica natural con otras de orden cultural y ético, Park, Burgess y McKenzie idearon el concepto de “región moral”, distritos cuyos habitantes compartían gustos, costumbres y temperamentos. Este interés por la cuestión identitaria, novedoso en el discurso positivista y de clara filiación romántica, surgió del convencimiento de que la “desorganización ecológica” de la metrópolis tenía su origen en una mutación cultural inducida por los inmigrantes, “hombres marginales” condenados a vivir en un estado de inestabilidad permanente debido a sus costumbres diferentes.
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    En Comunidad y asociación,28 el sociólogo Ferdinand Tönnies rescató el concepto de Gemeinschaft, la mítica comunidad medieval que el monopolismo habría suplantado por la Gesellschaft, la sociedad industrial. Mientras que la primera era una realidad orgánica modulada por la familia, la segunda estaba dominada por la abstracción, la ciencia y la cultura. P
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    El blasée de Simmel no rechazaba la gran ciudad ni aspiraba a transformarla, sino que aceptaba resignadamente su impotencia para superarla, negaba diligentemente su individualidad e interiorizaba desencantadamente su carácter irreversible.
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    Convencido de que la historia era pronosticable, Spengler aventuraba que de la malsana forma de vida urbana se derivaría la esterilidad de la mujer, abocada a trabajar y, por ende, a abandonar su papel de madre. Se pondría así en marcha un proceso de despoblación que acabaría con la civilización occidental, evidencia de la propensión metafísica de las ciudades hacia la muerte.
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    En La ciudad, que, como hemos visto, era una obra de sociología histórica más que de historia urbana, Max Weber negó que las ciudades respondieran a leyes generales, y mucho menos de carácter biológico. Las situaciones históricas eran siempre individuales y producto de constelaciones de fuerzas dispares. Por eso el análisis comparativo las clasificaba en tipologías que se correspondían con épocas. Las desarrolladas en La ciudad obedecían a los papeles políticos desempeñados por tres actores sociales: la familia, el Estado y el individuo.
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    Del iluminismo se derivó un mito: el mecanicista o funcionalista, que definía la sociedad como un sistema integrado por partes interrelacionadas y funcionalmente interdependientes. De su aplicación a la metrópolis surgió la metáfora de la máquina, de la ciudad entendida como un artefacto productivo impulsado por la tecnología y, en la versión marxista, manejado por el poder.
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