A Gorka lo habían relacionado con la palabra «traicionar». De ahí a chivato, un dedo de distancia. Eso desbarató su resistencia. Y estaba de pronto tan corroído de vergüenza que sintió como si anduviera desnudo por la calle, con su cuerpo alto, huesudo, a la vista de toda la gente del pueblo. Se le puso una bola de asco en el gaznate. Y era un asco de sí mismo. Se sintió cobardica, muñeco despreciable, bicho raro, pez fuera del agua, pájaro desplumado, y nada le preocupaba más sino que los otros notaran su tristeza. Los otros, ¿qué hacen? Repetir por la calle, en tono de recriminación, el argumento de Patxi, hasta que Gorka les dijo: bien, ya vale, vamos. Y se fueron a buscar, alegres, achispados, gora ETA, amnistia osoa y demás, las cuatro botellas incendiarias que Peio guardaba escondidas.