odemos observar que esta tendencia a la suburbanización está muy lejos de ser superada, salvo cuando el costo del transporte en algunas ciudades está tan elevado que la población de menores ingresos debe reincorporarse a la áreas centrales pero en condiciones de extrema marginación (construyendo casas precarias bajo puentes o durmiendo en la vía pública, por ejemplo). En varios países, como México por ejemplo, la expansión periférica acelerada es un hecho para la gran alegría y las inverosímiles ganancias de la industria de la construcción y particularmente de las inmobiliarias que se benefician además de una fuerte expansión del mercado de viviendas, gracias a políticas crediticias impulsadas por los gobiernos neoliberales y mucho más favorables para los grupos de ingresos medios y bajos. Los conjuntos periféricos de hasta 15 o 30.000 viviendas (una escala evidentemente impensable para ojos europeos y para la mayoría de las ciudades latinoamericanas), particularmente, en el sureste de la Ciudad de México, siguen a la orden del día, en un proceso aparentemente desordenado, pero atrás del cual existen auténticas “reglas del desorden” como lo señalan y comprueban acertadamente Emilio Duhau y Angela Giglia (Duhau y Giglia, 2009).