Mitsuyo Kakuta

Kaoru empieza a llorar sobre las cuatro de la mañana. Le cambio el pañal. Intento darle un biberón, le hago carantoñas, pero no se calma. Su llanto resuena en la casa sumida en un profundo silencio.

Alcanzo uno voluminoso titulado Enciclopedia para la crianza que llama mi atención. Es muy antiguo.

Pensaba que iba a crecer sana, feliz. ¡Qué idiota soy! Kaoru no es un bebé imaginario, es un ser vivo que vomita y padece diarreas.

No sé la fecha exacta de su nacimiento. Su padre dijo que nacería sobre el doce de agosto. Su mujer volvió a casa con la niña el veinticinco, así que debió de nacer entre el quince y el veinte

«¡Eso es! Ahora es mi niña, esa niña a la que iba a llamar Kaoru. Ha llegado a este mundo según estaba previsto.»

. Le tiemblan las manos, las piernas. Le duele incluso la cabeza, un dolor que llega acompasado con las palpitaciones.

–¿Un miedo malsano a la soledad? –preguntó.

–Eso es. Como si no tener amigos fuera el fin del mundo.

Limpiar las casas de los demás puede estar bien, pero no si desatiendes la tuya.

Una empresa en la que te dicen eso debe de estar llena de gente insatisfecha y frustrada. Es sólo una forma de descargar rabia contenida.

En lugar de decir que era incapaz de hacer algo, insistía en lo mucho que le gustaría hacerlo y, si en alguna ocasión se enfadaba, lo hacía de tal modo que los demás terminaban por reírse.