A caballo entre el siglo XX y el XXI surgió el video digital que venía a sustituir, afortunadamente, las pesadas cargas que teníamos que soportar con lo analógico. Aunque había formatos muy buenos, como el profesional Betacam, nada puede compararse a lo que en la actualidad nos ofrecen los formatos digitales: calidad y cantidad a precios que hubiesen resultado escandalosos en analógico. Todo el mundo puede tener una cámara ahora con una calidad de imagen que cuando yo era pequeño solo podía soñarse. Pero un desarrollo en los sistemas de grabación debía ir acompañado en paralelo de artefactos que pudieran dar cuenta de la imagen en procesos de edición. Es por ello que no tardarían en implementarse nuevos softwares que lo posibilitaran. Así como la distinción entre alta y baja cultura se fue difuminando a lo largo del siglo XX, por ser esta una diferencia insustancial y elitista fundamentada en los criterios de gusto de unos autoproclamados aristoi, los sistemas de producción de audiovisuales sufrieron una ruptura significativa con la brecha digital: las distinciones entre profesional, industrial y doméstico como formatos cimentadas en cuáles eran los artefactos usados durante la producción de imágenes (y cualitativamente en cuántas líneas de definición quedaban impresas en la imagen) comienzan a derrumbarse en el momento en que puedo disponer de un Final Cut —software de edición— en mi hogar sin un desembolso vergonzante. E