El espíritu humano se complace en tales concepciones grandiosas de seres sobrenaturales. Y precisamente el mar es su mejor vehículo, el único medio donde esos gigantes, junto a los cuales los animales terrestres como los elefantes o rinocerontes no son más que enanos, pueden producirse y desarrollarse. Las masas líquidas transportan las más grandes especies conocidas de mamíferos y quizás ocultan algunos moluscos de incomparables dimensiones, algunos crustáceos cuyo aspecto espante, tales como langostas de mar de cien metros o cangrejos que pesen doscientas toneladas. ¿Por qué no?
En otros tiempos, los animales terrestres contemporáneos de las eras geológicas, cuadrúpedos, cuadrumanos, reptiles, aves, fueron construidos con plantillas gigantescas. El Creador los echó en un molde colosal que el tiempo redujo poco a poco. ¿Por qué no habrían de conservar los mares en sus ignoradas profundidades esas amplias muestras de la vida de otras edades, ellos que jamás se modifican, en tanto que el núcleo terrestre cambia de continuo? ¿Por qué no habría de ocultar en su seno las últimas variedades de esas especies titánicas para las cuales son años los siglos y siglos los milenios?