de febrero del 44 a. C., un mes antes del asesinato de César y un año antes del nacimiento de Ovidio. Recordaba que el 15 de febrero era, en Roma, un día especial: «Una vez al año, durante un día, el equilibro entre el mundo regulado, explorado, acotado, y el mundo salvaje se rompía: Fauno lo ocupaba todo.»
Ese día de febrero del 44 a. C., sobre un trono de oro, César, en la cumbre de su gloria, asistía a la impetuosa carrera de las lupercales, de la que participaba Marco Antonio, desnudo y brillante de aceite. La multitud se abrió frente a él cuando se acercó a César y le ofreció una diadema engastada en una corona de laurel. César hizo un gesto de rechazo y la multitud aplaudió. Antonio repitió el gesto y César la rechazó de nuevo. Crecía el estruendo de los aplausos. César entonces se levantó del trono, se apartó la túnica del cuello y ofreció la garganta a quien quisiera cortarla. «